LLAMA DE AMOR VIVA
Apenas tomo posesión de su sede, el señor Montes de Oca
movió sus influencias para que el Padre General de la Compañía
de Jesús y el Provincial de México aceptaran la dirección
de su seminario. Así, por segunda vez, llegaban los jesuitas
a San Luis Potosí en noviembre de 1885.
La primera vez fue en 1623 cuando vinieron a construir y dirigir el
Colegio de San Ignacio que formo a la juventud potosina durante 143
años, hasta que Carlos III los expulso en 1767. Contiguo al Colegio,
construyeron también el templo de la Compañía de
Jesús y la Capilla de Loreto, que fue la mejor de todas las que
tuvieron en México.
Con tan excelentes formadores y maestros, mexicanos unos, españoles
e italianos otros, muy pronto el seminario potosino se convirtió
en un emporio de ciencia, disciplina y buen espíritu al que venían
alumnos de diversas partes del país.
Recuerdo muy bien aquel 15 de enero de 1893, me fui resuelta al templo
de la Compañía en busca del padre Alberto Cuzcó
y Mir, jesuita catalán, que estaba recién llegado a San
Luis Potosí con el cargo de ministro y profesor del seminario.
- Padre, vengo a pedirle que se haga cargo de mi alma, estoy tan necesitada
de un director espiritual.
El padre me oyó con cortesía y políticamente condescendió
a mi suplica. Yo vi el horizonte abierto. Pero el padre me probó
mucho tiempo, no me hacía caso, me humillaba de varias maneras,
parecía que me confesaba a fuerzas y que en el fondo no quería
dirigirme. Como yo estaba estancada, detenida en el camino de la vida
espiritual por falta de correspondencia a la gracia y porque mis confesores
me alababan en lugar de urgirme, decidí continuar con el padre
Mir.
- Padre, tenga la bondad de confesarme.
- Ahora no puedo, señora, vea que estoy ocupado leyendo, puede
retirarse.
- Padre, yo se lo suplico, quiero hacer con usted confesión general.
Al terminar, el padre se ofreció bondadosamente a dirigirme,
hacerme avanzar en el camino que deseaba. había sonado la hora
de las misericordias. Me ordenó que escribiera todo lo que me
había pasado antes y que en lo sucesivo escribiera diariamente
mi Cuenta de Conciencia. El leía todo, me hacia muchas preguntas,
no he visto padre mas incrédulo tratándose de cosas extraordinarias.
- Ayer estuve leyendo tus papeles casi todo el día, Concha. No
encuentro nada que no sea de Dios. Te digo esto para que te afiances.
Te hablo con sencillez y sinceridad. En la sustancia, todo y toda eres
de Dios. No dudes. Mi fin es dirigirte para crucificarte. A ti te destina
Jesús para el dolor y el amor, dolor con Cristo doloroso, amor
con Cristo amoroso. Este es el carácter distintivo de tu espíritu.
Al poco tiempo, el padre Mir me dijo que había hecho voto de
dirigirme hasta la muerte, hasta la eternidad. Yo, a mi vez, hice voto
de no cambiar de director mientras viviera, observar fielmente sus consejos
y comunicarle todo lo que sintiera.
Lo primero que me propuso fue que purificara mi alma de los pecados
veniales deliberados haciendo de esto materia de un voto. Lo hice temblando,
porque no perdía de vista mi miseria, pero confiaba en la ayuda
de Dios. Luego me insistió en la practica de tres virtudes que
a cada paso me recomendaba: humildad profunda, confianza suma, amor
intenso.
- Ahora debes resolverte a hacer lo mas perfecto. Una lucha se trabo
en mi alma. ¿Hacer lo mas perfecto? ¿No seria superior
a mis fuerzas?
- Es preciso que hagas voto de realizar lo mas perfecto.
Me levante del confesionario dispuesta a comenzar una nueva vida. Porque
hacer lo mas perfecto seria renunciar a mi propia voluntad, vivir en
continuos actos de mortificación, no agradarme a mi misma sino
complacer en todo a Aquel que es la perfección misma. Conociendo
los vivos deseos que me apremiaban por ser religiosa, me permitió
hacer con toda formalidad los tres votos de pobreza, castidad y obediencia.
-Ahora, Señor, la verdad es que lo amo mas que nunca.
Aquella mañana de sol en Jesús María, apoyada en
el barandal de la terraza, había visto yo cómo los peones
derribaban con un pial a los caballos para herrarlos con los fierros
de Octaviano, que era el dueño. Los caballos se retorcían
en el polvo mientras quedaba en el aire un acido olor de carne y pelambre
quemadas. Desde entonces traía yo la idea en la cabeza.
- Padre Mir, para ser mas de mi Dueño, déjeme marcarme
el pecho con un monograma que diga Jesús. Me negó el permiso
varias veces, pero yo seguí insistiendo hasta que condescendió.
Convinimos que lo haría el día del Nombre de Jesús,
que fue el 14 de enero de 1894.
Me encerré con llave en un cuarto apartado de la casa. Con una
navaja afilada me abrí la carne trazando sobre el pecho las iniciales
JHS. Con la sangre que manaba en abundancia, escribí en un papel
pidiendo la salvación de los hombres. después tome un
fierro candente y lo pase varias veces sobre las Tetras y la cruz hasta
que se tostaron, hasta que se grabaron bien. Entonces de rodillas, quien
sabe por cuanto tiempo, llena de vehemencia y de fe, repetí muchas
veces: Jesús Salvador de los hombres, sálvalos. No sabia
decir mas. No me acordaba de mas. Almas, almas para Jesús es
lo que deseaba. Así nacían las Obras de la Cruz.
Luego que termine, me puse agua florida para no oler a quemado, escondí
la navaja y el fierro, salí del cuarto arrebatada de dicha, felíz
de verme marcada con tan dulce nombre. Me puse muy mala, la llaga se
inflamo y durante varios meses estuvo supurando. Sin saber que hacer,
fui a una botica y pedí un remedio para una pobre que se había
quemado. Bien pobre y miserable era yo, tenia el voto de pobreza y no
mentía. Con la pomada que me dieron me puse peor y la deje, abandonándome
a la voluntad divina. Gracias a Dios que ni mi marido ni nadie se dio
cuenta.
¿Seria en enero o febrero? Como de costumbre, había ido
a misa al templo de la Compañía, cuando de pronto vi como
un mar de luz vivísima con miles de rayos de oro y fuego, y en
el centro una Paloma blanquísima con las alas extendidas como
abarcando aquel torrente de luz. -¿Que seria aquello? Esperemos,
me dijo el Padre Mir. No se hizo esperar la solución.
Dos o tres días después, estando yo ahí mismo en
la Compañía, vi otra vez la Paloma con las alas extendidas
en medio de una luz clarísima, brillante y, debajo de ella, una
cruz grande en medio de nubes y sobre un fondo de luz. En el centro
de la cruz estaba el Sagrado Corazón -un corazón vivo,
palpitante, humano, rodeado con una corona de espinas traspasado
por la lanza y una pequeña cruz clavada en la parte superior
del corazón. Que cruz mas bonita.
Dios te ha elegido, me escribía el padre Mir, para que salves
almas. Pero no podrás salvarlas sino por medio del Apostolado
de la Cruz.
Apostolado de la Cruz, cuando leí estas palabras, sentí
un mundo de luz que me hizo ver que no solo yo podía ser apóstol
de la cruz, sino también miles de almas conmigo. Esa era la gracia
que había pedido al Señor el día que me grabe el
monograma.
Recurrí al pintor potosino Margarito Vela que se dedicaba a la
pintura religiosa y de quien se veneraban varias imágenes en
el Santuario de Guadalupe, el Carmen, el Sagrado Corazón y La
Compañía. Con las indicaciones que le fui dando, pinto
al óleo la primera Cruz del Apostolado. Ay, era una sombra de
la que yo había visto. La luz, faltaba aquella luz. No había
colores para reflejar aquella claridad de cielo.
Por aquellos días el Señor me dijo: Tú me darás
muchas almas que te han de costar mil veces mas que tus propios hijos.
Con la muerte de Carlitos yo sabia lo que cuesta un hijo, pero estaba
dispuesta a hacer su voluntad. Poco después, estando yo sentada
en una banca de la Compañía, el Señor me anuncio:
Habrá una congregación religiosa que se llamara Oasis,
lo que indica el descanso de mi corazón. Eso serán para
mí las religiosas que lo integren. ¿Que seria aquello?
¿Que tenia yo que ver con esa congregación estando yo
casada y con tantos hijos?
Pero el Señor siguió insistiendo: Tú fundaras el
Oasis, tú lo fundaras.
- No, Jesús, no, permíteme que te lo diga, yo no.
- No es preciso que seas cabeza para ser la fundadora, ni siquiera que
cambies de vida o de posición. Déjate hacer.
De todo esto tenia enterado a mi director, que me aconsejaba ser dócil
a cuanto Dios me pidiera.
- Tú fundaras un claustro en donde se contemple de manera particular
mi pasión interna. Las almas que ahí ingresen serán
un consuelo, un descanso para mi corazón, victimas que expíen
los pecados de los hombres, especialmente los de los sacerdotes. Llevaran
una vida contemplativa y se llamaran religiosas de la Cruz del Sagrado
Corazón de Jesús. A su tiempo abriré caminos.
Se acercaba el Carnaval y, como de costumbre, habría de celebrarse
el baile de disfraces en La Lonja, ojala se le olvide a mi marido.
- Concha, vete preparando para el baile.
- Pero, Pancho, no tengo vestido, cómo se quedan los niños
solos.
- No podemos faltar.
Me puse en oración sin saber que decir: Jesús, no tengo
ni un pensamiento, aquí esta tu piedra, ¿que quieres que
haga?
- Quiero que vayas al baile como victima para ofrecerme continuos actos
de expiación.
- Pero, Señor, me molesta el ruido del mundo, me voy a disipar,
me traspasaran el corazón las ofensas que te hagan, no podré
hacer oración.
- ahí necesito quien me ame.
Ayer en el cielo y hoy en el baile. Regresamos a casa a las tres de
la mañana. Había pasado todas esas horas haciendo actos
de amor y reparación. En medio de aquel tumulto, estaba sola
con Dios. Quien creyera que un baile dejara en mi alma los deseos ardientes
de la Cruz. Fue entonces cuando el Señor me pidió que
agregara a mi nombre la palabra Cruz. En adelante mi nombre seria: Cruz
de Jesús.
En el altar mayor de la Compañía, había una preciosa
escultura del siglo XVIII de Nuestro Padre Jesús, coronado de
espinas, la soga al cuello, la túnica morada, una cruz al hombro
izquierdo, y no al derecho donde suelen ponérsela, y unos ojos
enormes, misericordiosos. Nunca me había fijado en el ni le había
hecho caso. Pero el Viernes de Dolores - 16 de marzo de ese mismo año
de 1894 - al estar contemplándolo muy de cerca, me pareció
como que movía los ojos mirándome, pensé que era
el reflejo de las velas. Otro día me pareció que movía
la cabeza, me dio miedo y deje de verlo. Miedo de que me ofreciera semejante
cruz que traía cargada, pobrecito, también sentí
cariño por el y ansias de quitarle corona y cruz y llevarlas
para que el descansara. Ojala todo quede en figuraciones.
El 7 de abril vi como que Nuestro Padre Jesús se movía
todo, instintivamente hice el impulso de detenerlo, no se fuera a caer.
-Dime que quieres, Jesús. Estoy dispuesta para lo que pidas de
mi.
- ¿No me ayudas con esta Cruz? Nadie me la quita, ni siquiera
me ayudan a llevarla. Y tu, ¿tu no me ayudas?
- No solo te ayudo, sino que te la quito. Yo soy tú Cruz.
- Yo cargue todos los pecados del mundo, pero los que mas pesan son los
pecados de los sacerdotes, los de las almas consagradas a mi. Por ellos
tienes que sufrir, peso tus penas lloverán gracias.
Seguro de que la idea del Apostolado de la Cruz era de Dios, el padre
Mir pensó luego en establecerlo, obtuvo el permiso de su superior,
el padre Heraclio de la Cerda y comenzó a escribir los estatutos
que yo presente varias veces a Nuestro Señor para que los bendijera.
El Apostolado de la Cruz enseñaría a los cristianos a
unir sus sacrificios al sacrificio de Jesús, sacerdote y victima;
con su dolor expiarían los pecados propios y ajenos para consolar
el Corazón de Jesús y propagarían el reino del
Espíritu Santo que nos hace comprender las riquezas de la Cruz.
Como llegaba su fiesta, el 3 de marzo, acordamos reproducir la Cruz
del Apostolado de bulto, en grandes dimensiones, para erigirla en Jesús
María como un monumento y presentarla a la veneración
de los fieles.
A las cinco de la tarde, la hacienda estaba de fiesta. Las calles regadas,
los puestos de dulces, aguas frescas y frutas frente a la casa grande,
el repique de las campanas, los cohetes al aire para congregar a los
fieles. Habían venido peregrinos de San Luis Potosí, y
de los alrededores de Jesús María llegaban los campesinos
a caballo o en lentas y apiñadas carretas. Desde la capilla salimos
en procesión hacia la Cruz del Apostolado. Todos llevábamos
una Cruz de palma en la maño, mientras cantábamos el himno:
La Cruz del Apostolado es emblema de dolor, que Jesús crucificado
murió en ella por amor.
Octaviano improvise los versos, yo arregle la música. Unas personas
conducían el cuadro de la Cruz que había pintado Margarito
Vela. Atrás venia el padre Mir, de capa pluvial, con el Santísimo
en la custodia. Cuando llegamos ante la enorme Cruz de madera, levantada
sobre un pedestal de piedra, el padre la bendijo y predico con palabras
ardientes.
Mis familiares, mi marido, mis hijos estaban conmovidos. Solo mi director
y yo sabíamos el secreto. Mi corazón se rompía
de gozo y gratitud al ver miles de almas arrodilladas ante aquella Cruz
que abría sus brazos sobre un fondo de cielo. El Señor
me había dicho: Por esta Cruz curare las almas y los cuerpos.
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