A OSCURAS
Acababa yo casi de enviudar en 1901, cuando los superiores enviaron
al padre Mir a la ciudad de Oaxaca con la orden de que no interviniera
en el Oasis ni se comunicara conmigo. Sin embargo, me daba cuenta
que la superiora, que era la hermana Julia Navarrete, no hacia ni
la menor cosa sin la voluntad del padre con quien había hecho
causa común; que las religiosas por falta de libertad de conciencia
sufrían una presión terrible, un imperio como de hierro,
y que mi presencia en el Oasis no era bien vista.
Además, el padre me exigía que solo a el le diera cuenta
de conciencia y que le escribiera con la mayor reserva sin que nadie
se percatara.
Atravesaba yo por un callejón sin salida luchando entre la
obediencia y la rectitud. Pues por una parte sentía que no
era correcta esa dirección clandestina y, por otra, no podía
consultar a nadie por saberme ligada por un voto que me obligaba con
mi director hasta la muerte. Tampoco dejaba de comprender y agradecer
el bien inmenso que el padre Mir había hecho en favor de las
Obras de la Cruz y de mi alma durante diez años en que venia
dirigiéndome. Esta situación, que se había agudizado
a lo lardo de año y medio, fue uno de los mas grandes martirios
de mi vida.
No me quedaba mas que sufrir en silencio y confiar en Dios. Por eso
resolví, en 1903, hacer unos ejercicios espirituales sola para
pedir al Espíritu Santo que me iluminara.
En abril de ese mismo año, el padre Félix se traslado
a la residencia de los maristas en Oaxaca para hacer unos ejercicios
espirituales como preparación al voto de estabilidad en la
Sociedad de María, voto que no emitían todos los maristas,
sino solo aquellos que así eran distinguidos por los superiores.
Precisamente el padre Mir dirigió estos ejercicios.
Aunque el padre Félix no tenía ninguna duda de su nueva
vocación, consulto el caso con el padre Mir, y ambos convinieron
que la voluntad de Dios era que el padre Félix fundara la Congregación
de los Religiosos de la Cruz. El padre Mir escribió a la superior
a del Oasis diciéndole que podía aceptar al padre Félix
como director de la comunidad. La superiora a su vez, comunicó
esta decisión al padre Félix.
- Solo puedo aceptar el nombramiento si me lo otorga el señor
arzobispo de México, que es el legítimo superior, puesto
que el Oasis es un instituto de derecho diocesano. No quiero
entrar por la ventana sino por la puerta.
Enterado el padre Mir, ordenó a la superiora que no dejara
entrar a la casa ni al padre Félix ni a mí y, en carta
que me envió por esos días, me hablaba contra el padre
Félix, me amenazaba con que podía perderme si no me
apartaba de el y me prohibía presentarme en el Oasis.
- Padre Félix, ¿que debo hacer? ¿Cual es la voluntad
de Dios?
- El voto que usted hizo de no cambiar de director es nulo, pero para
mayor seguridad consultare con cuatro teólogos. Todos fueron
del mismo parecer, el voto no me obligaba.
En esos días vino a visitarme el señor Leopoldo Ruiz,
obispo de León, para invitarme a participar en unas misiones
que daría en Las Mesas de Jesús, hacienda de mamá,
que pertenecía a su diócesis.
- Usted podrá ayudarnos mucho en la catequesis. También
he invitado al padre Félix y al padre Ramón Prat, provincial
de los Claretianos, que es confesor de las Religiosas de la Cruz.
Agotada y enferma, el 1 de junio emprendí el viaje solo por
complacer al señor obispo, pues mi salud andaba por los suelos.
ahí en la hacienda, los cuatro hablamos largamente de las Obras
de la Cruz, de sus problemas y proyectos. Confié al señor
obispo todas mis dudas y penas, le abrí mi corazón.
- En nombre de Dios y por obediencia, cambie de director y póngase
bajo la dirección del padre Félix. En estas misiones,
usted y yo hemos observado sus virtudes.
Así lo hice el 11 de junio en que entregue al padre Félix
esta carta: Hoy, solemnemente, delante de mí Jesús,
renuevo la entrega total de mi alma a su dirección. Le pido
por caridad que se sirva recibirla para santificarme. Me pongo en
sus manos como un poco de barro vil para que me forme en el horno
del divino amor. Usted sabe más que yo lo que el señor
quiere de mí. Es indispensable que usted me haga santa.
Según lo que habíamos convenido, el señor Ruiz
hablaría con el arzobispo de México para ponerlo al
tanto de lo que ocurría en el Oasis y de la necesidad de cortar
toda relación entre la superiora y el padre Mir. Pero la superiora
se adelanto pidiendo al señor arzobispo que retirara del Oasis
al padre Félix y al padre Prat. Enseguida me escribió
a la hacienda: No vendamos al padre Mir a quien debemos tanto bien.
Esto va a parar en un cisma.
Me estrujaron estas dos palabras, cisma y traición. Cisma no,
señor, no lo permitas por piedad. Y traición, que remordimiento
de ser ingrata con el padre Mir.
El 23 de junio, el señor Ruiz hablo con el señor arzobispo
que se quedo aterrado al conocer la verdadera situación que
sufría el Oasis. Para poner remedio inmediato, nombro director
espiritual de la comunidad al padre Félix y dispuso que las
religiosas eligieran nueva superiora. Pero la nueva superiora siguió
el mismo camino que la anterior.
Estallo la guerra contra el padre Félix a fin de desacreditarlo,
aun con graves calumnias, ante las religiosas de la Cruz, ante los
superiores de la Sociedad de María y ante el señor arzobispo,
quien el 9 de julio le prohibió pararse en el Oasis.
Una semana antes, yo había llegado de la hacienda directamente
a la cama, muy enferma del corazón. Sin fuerza ni para los
más sencillos quehaceres de casa, sufría por ver tristes
a mis hijos y por la pesada cruz que con tanta fortaleza y generosidad
soportaba el padre Félix.
La noticia me llego como una puñalada. De las 21 religiosas
que formaban el Oasis, 14 solicitaron dispensa de votos, solo 7 permanecieron
fieles a su vocación. El 21 de junio, el señor arzobispo
concedió la dispensa y nombro superiora interina a mi prima
Ana de María Cabrera.
No hay más que adorar los designios de Dios, me escribía
el señor Ruiz. Ya ve usted como ellas mismas se precipitaron
sin necesidad de indicación alguna. No deje de mirar al cielo,
no aparte su mirada de Jesús Crucificado. Por mi parte, cuente
con que le ayudare en todo, suceda lo que sucediere. Y en dado caso,
esta a sus ordenes mi obispado para recibir a las religiosas.
- La casa es mía, alego la exsuperiora al señor arzobispo.
Vea Su Señoría donde pone a las 7 que no quieren quedarse
conmigo.
- Ilustrísimo señor, explico Ana de María, tanto
otras personas como yo tenemos derecho sobre la casa por haber contribuido
a comprarla.
- Encargare al licenciado Monterrubio que tome los informes pertinentes,
concluyo el señor arzobispo.
El día 22 me levante como pule y me fui al arzobispado. Dos
cargadores me ayudaron a subir la escalera. (En una noche oscura
con ansias en amores inflamada oh dichosa ventura salí sin
ser notada.)
- Mire, señora, como no tengo donde poner a las 7 religiosas,
estoy dispuesto a dispensarles los votos y suprimir la congregación.
Ya estoy cansado de tantas dificultades.
- Señor arzobispo, le suplique poniéndome de rodillas,
no lo haga por amor de Dios. Yo no tengo dinero, pero me comprometo
a buscar la casa y pagar la renta pidiendo ese favor a mi hermano
Octaviano.
- Me parece bien, hágalo usted. Pero si de la investigación
que realice el licenciado Monterrubio, resulta que la exsuperiora
no compro la casa, entonces la excomulgo.
- No, señor, exclame sin querer.
- Con usted
no se puede tratar, usted es una ilusa.
Llegue a casa como pude. ahí, en la soledad de la capilla,
agradecí al señor esta humillación. Ilusa. ¿Por
que no ha de ser esto verdad? Bendito sea Dios que me abre los ojos.
("El rostro recline sobre el Amado dejando mi cuidado entre
las azucenas olvidado").
Aunque la casa estaba a nombre de la exsuperiora, en realidad se había
adquirido con donativos de diversas personas y, por lo mismo, era
propiedad de la congregación. Por amor a la paz, se convino
en que las disidentes se quedaran con la casa y los muebles. Y además
se les devolverían las dotes.
Encontré una casa pequeña en la calle del Mirto número
3 a donde se trasladaron las religiosas. No tenían sino la
ropa de use personal, unas camas viejas, unas cuantas sillas, muchas
deudas y solo diez pesos en caja.
Deje mi casa en la calle de Alzate, y me fui a vivir al otro lado
de las religiosas, calle del Mirto numero 1, para amparar al pequeño
y destrozado Oasis, mientras las murmuraciones y los comentarios desfavorables
surgían y rodaban en todas partes, incluso entre mis propios
familiares. Me señalaban con el dedo, dudaban de mi espíritu,
me juzgaban loca, unos me tenían miedo y otros lastima. Ilusa.
Usted es una ilusa.
("Ni yo miraba cosa sin otra luz y guía sino la que
en el corazón ardía").