DEL OTRO
LADO DEL MAR
Señor, que prisa te has dado en arreglar las cosas; te bastaron
dos meses. Perseguida y calumniada, la comunidad ha vuelto a nacer.
Las religiosas respiran aires de unión y de paz, viven su vocación
intensamente. El señor arzobispo ha venido dos veces a visitarlas
como un padre solicito y amable. Vino también el señor
Ibarra, ahora arzobispo de Puebla.
- Estoy en la mejor disposición de ayudarlas en todo. Tienen
a Dios de su parte.
La señora Guadalupe Cerdan de Alarcón, a quien dirige
el señor Ruiz, ha ayudado económicamente con largueza
como para afrontar las necesidades más urgentes y ha regalado
un terreno para la construcción de los dos Oasis. Y lo mejor
de todo, el padre Félix, con autorización de los señores
arzobispos, ha regresado como director de las religiosas y redacta
sus constituciones de acuerdo con el espíritu de la congregación
y las últimas normas de la Santa Sede.
Una vez por semana nos reunimos en mi casa para este trabajo de tanta
trascendencia. Yo deseo unas constituciones pegaditas a la Iglesia
y muy sencillas.
- Concha, me dice a veces el padre Félix, usted tiene más
juicio, prudencia y perspicacia que yo.
En dos meses y medio terminamos la redacción, de suerte que
el 17 de enero de 1904, fiesta del Dulce Nombre de Jesús, el
señor arzobispo aprobó las constituciones. señor,
dime si esto no parece mentira. Hace precisamente diez años,
en una fiesta de tantos recuerdos, me grabe en el pecho el monograma
de Jesús Salvador de los Hombres; por eso ahora lo he renovado
a sangre y fuego. Y lo mismo ha hecho el padre Félix. Pasa
por mi mente la hacienda de Jesús María, la casa grande
y su bugambilia morada, la terraza abierta al sol desde donde yo sonaba
llevar la marca de mi Dueño.
El 4 de febrero comenzamos a redactar las constituciones de los Religiosos
de la Cruz. Yo de repente me rebelaba. ¿Cómo me atrevo
a escribir estas cosas que son para sacerdotes? ¿Quien soy
yo para semejante obra? Pase por una temporada de tristeza y desolación,
con miedo de engañar, temerosa de causar daño al padre
Félix, con ganas de dejarlo todo y dedicarme a atender a mamá,
la casa, los niños. ¿No seria ilusión y mentira
la fundación del Oasis de hombres?
Si el padre Felix no hubiera estado a mi lado, era de volverme loca.
Gracias a el recobre la paz. Su rectitud, su espíritu de obediencia,
su fidelidad a la Iglesia me han salvado.
- Hágase santo, padre Félix, yo le aconsejo que no pierda
momento de perfección, que obre siempre sobrenaturalmente.
Es indispensable que nos sacrifiquemos en favor de la fundación
de los Religiosos de la Cruz.
- Concha, no dudo, no tengo la más ligera duda de que es Dios
quien me llama, desde que usted me dijo claramente que el señor
quería que yo fuera el fundador, aunque bien comprendo que
no soy digno. Los que me estiman dirán mil cosas contra mí.
Me creerán un renegado de la Sociedad de María. Esto
no me espanta, antes bien lo deseo por amor de Nuestro señor.
Se que no puedo equivocarme, porque voy por el camino regio de la
obediencia. No daré un paso sin la completa adhesión
del padre general y del Vicario de Cristo, el Papa. Estoy en la Iglesia
a la que amo con toda mi alma. Y con la Iglesia no me equivoco. así
fue como el padre Félix escribió al general de los Maristas,
el padre Antonio Martín, que residía en Lyon, pidiéndole
permiso de ir a Francia para tratar el asunto y, en dado caso, hacer
el viaje lo más pronto posible. No tardo en recibir la anhelada
respuesta: Puede usted venir.
Como el 24 de mayo, la Colegiata de Nuestra señora de Guadalupe
fue erigida en Basílica por el papa Pío X a petición
del señor Alarcón, el padre Félix aprovecho la
presencia de los obispos que habían venido a la solemne ceremonia,
para consultar el asunto de la fundación con algunos de ellos.
Hablo con el Delegado Apostólico que era el señor Domingo
Serafini, con el señor José Ortiz, arzobispo de Guadalajara,
y los señores Ramón Ibarra y Leopoldo Ruiz. Todos aprobaron
la idea y el camino. Yendo por la obediencia, todo ira bien.
- Padre Félix, antes que marche a Francia, quiero que lea mi
Cuenta de Conciencia para que tenga pleno conocimiento y se forme
un juicio antes de tomar una decisión. Son veinte tomos donde
he ido anotando, paso a paso, la historia íntima de
mi vida y los favores del señor. A lo mejor, leyendo usted
estos papeles, se le caen las alas y ya no se va a Francia. Dígame
clarito, clarito, sus impresiones en contra, que seguro le digo que
usted tiene razón. Menos lo del señor, todo lo demás
es feo y aburrido. Espero que no le de una jaqueca.
A veces yo misma le leía la Cuenta y le explicaba algunas cosas.
- Así entiendo mucho mejor, Concha.
- Ahora si, padre Félix, ya puede ir tranquilo a su viaje, porque
el 29 de junio, las religiosas de la Cruz dieron principio a la adoración
perpetua ante el Santísimo Sacramento. De día y de noche
estarán turnándose en el Sagrario para expiar los pecados
del mundo, para pedir por la fundación y la santificación
de los sacerdotes, para que la Cruz y el Espíritu Santo reinen
en todos los corazones.
Tocaba a la superiora hacer la primera hora de adoración, pero
como la llamaron con urgencia al locutorio, me pidió que la
sustituyera, así quiso el Señor que yo inaugurara la
adoración perpetua.
- Adiós, padre Félix, llego el día tan esperado
y triste de su partida. Allá lo espera un campo de humillaciones
y espinas. Le obsequio mi crucifijo sin cruz que hace trece o catorce
años me acompaña, es el depositario de todos los secretos
de mi corazón, el único objeto material que quiero en
el mundo. Hágase digno de ser muy pronto su cruz viva.
Por si el señor me llama antes de volvernos a ver, le hago
tres encargos. Las Obras de la Cruz que son la sangre de mi alma y
el ideal de mi vida. Si la santa obediencia se lo permite, las hará
suyas y se entregará a ellas dejando puestos y honores. El
segundo encargo son mis hijos, los pongo en sus brazos y bajo su especial
vigilancia y cuidado, en sus oraciones no olvide a estos huérfanos
que son sus hermanos, hágalos todos de Jesús en el estado
a que sean llamados. De mí, ¿que le diré?
Si el señor me llama antes, le encargo que me entierren entre
la pura tierra, que nadie vea el monograma, que solo haya en mi sepulcro
una cruz de palo y que pida mucho al señor que perdone mis
pecados. Le exijo que jamás nadie sepa de mi espíritu,
ni lo que tengo que ver en el Oasis. Tierra a todo, y hasta el cielo.
- Adiós, Concha, yo quiero lo que Jesús quiera, aunque
me sacrifique hasta la muerte.
El 15 de julio salio el padre Félix a Veracruz y al día
siguiente se embarco rumbo a Europa. Aquí me tienes sola, señor,
a mi alma le falta un director, a mis hijos un guía, al Oasis
un padre. Hoy te he entregado este hijo para que lo sacrifiques como
victima por tus Obras.
Carta del padre Félix; me escribe de Lyon, 25 de agosto de
1904: Muy querida hija, Nuestro señor, por voz del Superior
General, me manda a España, a nuestra casa de Barcelona. Me
ha dado esta decisión, por escrito y tan luego como he estado
solo, he ido a la capilla y me he ofrecido a Jesús con todo
el corazón como victima por el holocausto que más le
agrade. Lo he hecho con mucha alegría interior, pues lo que
queremos usted y yo, por encima de todo, es hacer la voluntad de Dios.
No se aflija ni un minuto. Rece, como yo, un Te Deum para dar gracias
al señor.
Si El quiere servirse de mí, aunque indigno y miserable para
fundar la Congregación de la Cruz, no le faltaran medios para
abrir caminos. Tengo en las promesas de Jesús una inquebrantable
confianza. Creo que no debe quedarse sin director para vivir de obediencia;
escójalo después de orar mucho, tal vez le servirá
el Dr. Valverde.
Ahora, adiós. Gracias mil por el bien que me ha hecho. Verdaderamente
me ha enseñado usted a amar a Jesús. Desde hoy suspendemos
toda correspondencia hasta que Jesús nos lo permita por la
voz de la santa obediencia. Le mando la presente carta con el permiso
del superior general a quien la voy a leer antes de mandarla.
- Mamá, ¿que estas leyendo con tanta atención?
- Una carta del padre Félix.
- Cuando le contestes, me lo saludas mucho; dile que se venga pronto.
Escribí dos cartas al padre general de la Sociedad de María
para manifestarle que acataba su resolución con toda el alma,
que no temiera que fuera yo a contradecirlo en lo más mínimo
y que esperaba que, algún día, Dios le haría
conocer la verdad de sus deseos.
El padre Emeterio Valverde y Téllez, que era canónigo
de la catedral y secretario del arzobispado de México, posteriormente
nombrado obispo de León en 1909, acepto con gusto hacerse cargo
de mi alma. En el encontré un director prudente y sabio a quien
podía abrir mi corazón con la mayor confianza.
Del otro lado del mar, en Barcelona, el padre Felix enseñaba
las primeras letras a un grupo de niños de cinco, siete años.