CAMINO
DE LAS HACIENDAS
Salíamos de San Luis Potosí muy de madrugada
en aquel carruaje tirado por cuatro caballos donde nos apiñábamos
toda la numerosa familia entre canastas de bastimentos y petacones
de piel con las iniciales de cada uno de nosotros bordadas con pita
blanca.
Por las vidrieras biseladas íbamos mirando las nubes, los ranchos
sombreados de pirules, algún rebaño bebiendo agua de
las charcas.
Continuamente viajábamos a las haciendas en largas jornadas,
por aquellos caminos reales llenos de polvo, entre duros cabeceos
que nos hacían reír. Los mezquitales y las nopaleras.
Los campos áridos y broncos del altiplano potosino.
Sus cerros de canteras desnudas. Su cielo de un azul intenso, transparente,
pero siempre remiso para las lluvias.
Qué alegría cuando asomaba, desde la cuesta, la casona
de la hacienda, y salían los niños a encontrarnos, seguidos
de sus perros orejones y a la puerta de las casas de adobe se asomaban
las mujeres para reconocernos con una sonrisa. Los peones se quitaban
el sombrero de
palma para saludar a mis papás.
- Buenos días le de Dios, Don
Octaviano. Buenos días, Niña Clara.
- Mamá, ¿por qué tenemos tantas haciendas?
- Esta de Jesús María la compro tu hermano Octaviano.
Las otras nos vienen por herencia de familia.
- ¿Y que es herencia, mamá?
- Ay, Conchita. Fíjate bien, mi abuelo se llamaba Antonio Arias.
Nació en España, en Castilla la Vieja, y desde allá
se vino a México atravesando el mar.
- ¿Cómo es el mar, mamá?
- Mi abuelo era muy rico. Con el dinero que traía de España
compro luego dos haciendas, San José de Jofre en el Estado
de Guanajuato, que está en la parte más alta de la sierra y
Peregrina de Abajo, en el Estado de San Luis Potosí. Como era
muy trabajador, compro después las haciendas de Soledad; Angostura
con una casa muy grande; Palo Blanco que tiene también una
casa enorme y una capilla pequeña, pero muy bonita; y La Labor
del Rió, con unos manantiales de aguas alcalinas, medicinales.
Las haciendas fueron pasando a mis papás y a mis hermanos. A nosotros
nos tocaron Las Mesas de Jesús cerca de San Luis de la Paz,
El Bozo que es una parte de Jofre y Peregrina de Abajo, inmediata
al pueblo de Santa María del Rió.
- A mí me gusta más esta hacienda de Jesús María. ¿Y
a ti, mamá?
- A mí también, con las tierras tan buenas que tiene y la huerta
de árboles frutales.
- A mí me gusta más por los caballos. ¿Cuándo me dejas montar?
- No más que crezcas, todavía estas muy chica. - ¿Y cuando
voy a crecer?
- Déjame acabar de contarte la historia de mi abuelo. Llego
a México con sus dos hijos, José Luis que es mi papa
y Clara, mi tía, mi abuelo era viudo.
- ¿Viudo?
- Si, Conchita, quiere decir que se había muerto su esposa.
Tía Clara fue una mujer muy buena, siempre ayudo a las Hermanas
de la Caridad, en 1864 obsequio al obispado la finca conocida por
la Casa de Ejercicios para que ahí se estableciera el Seminario.
- ¿Y tu papá?
- Pues se casó con mi mamá que se llamaba Ignacia Rivera. Fuimos
tres hermanos. Rafael que nació en Santa María del Rió,
cerca de San Luis Potosí, donde tejen los famosos rebozos de
seda; son tan finos y delgaditos que un rebozo puede caber por un
anillo. Rafael se casó tres veces.
- ¿Tres veces, mamá?
- Si, porque se quedó viudo.
- Viudo como lo abuelito de España, ¿verdad?
- Mi otro hermano es Luis, sacerdote del obispado de
San Luis Potosí, el padre Luis Gonzaga Arias.
- Yo lo quiero mucho. ¿Verdad que él me bautizó? - Si,
en ese tiempo era ministro del Sagrario de la
Catedral. Yo, Clara, fui la última de la familia, nací aquí en San Luis, el 12 de agosto de 1831. - Con su permiso, niña
Clara. Comenzaba a atardecer. Un peón entro a la habitación
donde platicábamos, y encendió el aparato que colgaba
de las altas vigas. Se iluminaron los armarios, las camas con colchas
de ganchillo y fondos azules, la rinconera con una Purísima
de vestir, sus dulces manos cruzadas sobre el pecho.
Llegaba el ruido de los corrales y las caballerizas, y un
olor de adoberas de queso y leche fresca, recién ordeñada.
- Mamá, no me has platicado de mis otros abuelitos.
- Por parte de padre, el abuelo Don Francisco de Paula Cabrera que
nació en San Miguel el Grande. Cuando tenía 26 años,
se fue a vivir a San Luis Potosí. Ahí, en el Santuario
de Guadalupe, su hermano que era franciscano, Fray Manuel
Cabrera, lo caso con María de Jesús Lacavex. Ella nació
en el Valle de San Francisco que, después, ante la protesta
de sus habitantes, se llamó Villa de Reyes en homenaje a Don Julián
de los Reyes, que fue gobernador de San Luis Potosí. No más
vieras que fervorosa y devota era lo abuelita María de Jesús,
a ver si te pareces a ella. Tenía un carácter bellísimo,
amable con todo mundo, oía misa diariamente a las cuatro de
la mañana, fundó en San Luis la Vela Perpetua del Santísimo
Sacramento. Tus abuelos paternos tuvieron cinco hijos, el mayor de
todos fue tu papá. Ah, se me olvidaba decirte que Don Francisco de
Paula enviudó dos veces.
- Ay mamá, hay muchos viudos en la familia. - Ahora, apréndete
de memoria tu nombre completo:
María de la Concepción Loreto Antonia Cabrera Arias
Lacavex Rivera. A ver, niña, dilo todo. - Conchita, para servir
a Dios y a usted.