AQUI,
TIERRA SANTA
Estaba yo dando gracias de la comunión, cuando repentinamente
me hirió como un rayo de luz del cielo. Tuve que cerrar el
libro en que rezaba y escuchar al Señor.
- Quiero una liga de obispos y sacerdotes que se santifiquen, que sean
hombres de oración, que vivan unidos al Verbo Divino, que impulsen
las Obras de la Cruz y el reinado del espíritu Santo.
Así nacía, aquel 19 de enero de 1912, la Liga Apostólica
que es la cuarta de las Obras de la Cruz. La Alianza de Amor esta
destinada a los laicos que buscan una intensa vida espiritual, la
Liga Apostólica a los sacerdotes que trabajan en su santificación
y en la de las almas confiadas a su apostolado.
- Señor, esto de la Liga me da mala idea, se me figura que va
a tardar mucho la fundación de los Religiosos de la Cruz.
- No tardara mucho, hija, mi bondad va preparando el terreno.
Por el mes de septiembre, el señor me pidió:
- Pon tu alma, que por mil títulos me pertenece, en las manos
del señor Ibarra. El tendrá que santificarse para tener
más luz y no torcer ni detener mis planes sobre ti.
Mis otros directores espirituales están ahora tan lejos, el
padre Félix en Francia, el señor Valverde es obispo
de León desde 1909, y el señor Maximino Ruiz, ha sido
nombrado obispo de Chiapas en este año de 1912. Mi gran protector,
el señor Leopoldo Ruiz es arzobispo de Morelia desde el año
pasado. Tenemos nuevo Delegado Apostólico, la Santa Sede nombro
al señor Tomas Boggiani que llego a México en febrero
de este año.
En mayo, el señor Leopoldo Ruiz hablo con el y le refirió
punto por punto la historia de las Obras de la Cruz.
- Estoy enterado, por el archivo que existe en la Delegación
Apostólica. Quiero comunicarle que dos religiosos prominentes
han enviado a Roma la acusación de que la señora Armida
maneja la Congregación de las Religiosas de la Cruz contra
las disposiciones de la Santa Sede.
-S eñor Delegado, la señora Armida no va a la Casa de
la Cruz sino a oír misa y a visitar al Santísimo con
el debido permiso del señor arzobispo Mora, de lo cual es testigo
también el señor arzobispo Ibarra.
- Bien, pero para no dar ningún pretexto, diga usted a la señora
Armida que vaya a misa a otra parte. Así, por segunda vez, se me cerraron las puertas de las Casas
de la Cruz.
- Concha, me ordeno el señor Ibarra, escriba usted un resumen
de las gracias que el señor le ha concedido. Voy a enviarlo
al padre Poulain, jesuita francés, considerado como una autoridad
en teología mística, con la suplica que examine esos
escritos y envié su opinión a Roma.
Acabamos de cenar esa noche. Mi hijo Pablo se acerco a darme un beso
como lo hacia antes de acostarse.
- Mamita, muy pronto vas a tener aquí un muerto.
Con ese presentimiento, me levante varias veces acercándome
a su cama por ver si vivía. A los pocos días cayo enfermo,
el dolor de cabeza, el escalofrió, la temperatura muy alta,
los vómitos de sangre, el tifo.
- Señora, me dijo su confesor, no le pida a Dios la salud de
Pablo, es un alma pura, déjelo ir al cielo, tiene 18 años,
pero es un niño.
- ¿Tú que quieres, hijito, irte al cielo o aliviarte?
- Pues, irme al cielo.
- Voy a comulgar por ti, ¿quieres que le pida a Dios tu salud?
- Pídele que se haga su voluntad y no la mía. Mamá,
no he sido malo, no he ido al cine, solo he tenido dos buenos amigos
y solo a ti te he querido.
Tomaba en sus manos mi crucifijo pequeño, lo besaba y le decía.
- Jesús, te amo, no por estar enfermo, sino porque eres mi Redentor;
perdóname.
Luego comenzó el delirio, quiero a mi mamá, llamen a
mi mamá, no me conocía, dejo de hablar, sus ojos azules
no se cerraban, lo ayude a bien morir, le di oxigeno, la cara de moribundo,
el padre Cepeda lo absolvió, sus hermanos rodeando la cama,
yo en la cabecera, lo vi agonizar, se estiro, boqueo, sus ojos no
se cerraban. Tengo su mirada azul, en el alma. Lo amortaje, le puse
sus velas, una azucena en las manos. Luego en un sillón me
puse a rezarle. señor, ¿te acuerdas que desde antes
que Pablo naciera, te lo ofrecí para la Cruz? Era el 27 de
junio de 1913. Caí en cama, herida como de muerte. Cuanto, cuanto
dolor.
Ese año de 1913, se celebraba el XVI Centenario de la Paz Constantiana,
por lo cual el Papa Pío X lo declaró Año Santo.
El señor Ibarra concibió el proyecto de llevar una peregrinación
mexicana a Roma y Tierra Santa.
- Concha, usted tiene que ir para que la Santa Sede examine su espíritu
y de esa manera resuelva definitivamente la fundación de los
sacerdotes de la Cruz.
El alboroto que hicieron Nacho y Lupe cuando les dije que ellos me
acompañarían. El 27 de agosto nos embarcamos en Veracruz.
Éramos 125 peregrinos, los señores arzobispos Ibarra
y Ruiz, el señor Rafael Amador, obispo de Huajuapan, 32 sacerdotes
y 90 seglares. Cuando partió el vapor con mucha majestad, que
tristeza sentí al dejar a mis otros hijos y a México
que se debatía en la guerra civil a causa de la Revolución
y amenazado por Estados Unidos.
Llegamos por ferrocarril a Jerusalén, el 13 de octubre, después
de haber cruzado por inmensos parques de naranjos y olivos, entre
campos donde pacían rebanos y rebaños, y se asoleaban
partidas de camellos. Al divisar la Ciudad Santa, caímos de
rodillas y, al bajar del tren, el señor Ibarra se arrodillo,
besó la tierra y con el todos los peregrinos. Me cobijaba el
mismo cielo que cobijó a Jesús y a María; pisaba
la misma tierra que ellos pisaron.
En procesión, entonando cánticos, visitamos el Santo
Sepulcro. Mis lagrimas corrieron al besarlo. Luego conocí el
Calvario. Que impresión, Dios mío. Metí mis brazos
en el agujero de la Cruz, no quería arrancarme de aquel lugar
bendito. Estuve en el monte donde Jesús nos enseñó
el Padre Nuestro. Vi sus huellas marcadas en el Olivete cuando subió
al cielo. Como me conmovió el Huerto de los Olivos, en esos
momentos salía la luna y mi alma estaba conmovida hasta lo
más profundo. Baje a la tumba de Lázaro, "yo soy
la resurrección y la vida". En el río Jordán,
me lave la cara con aquella agua azul que toco la cabeza adorable
del señor. Me partió el corazón el dolor de ver
a los judíos llorando en el Muro de las Lamentaciones. Jerusalén,
tan árido, lleno de ciegos y leprosos. Por sus calles estrechas,
sombrías, colmadas de bazares, atropelladas por el trajín
de los vendedores, rezamos el Viacrucis siguiendo los mismos pasos
de Jesús desde el Tribunal de Pilatos hasta el Calvario. En
cada estación predicaba un franciscano, besábamos
el suelo y entonábamos el canto: "Piedad, Jesucristo,
que México llora". Pase todo el día de retiro en
el Calvario. ¿Que podría hacer ahí sino llorar
mis pecados y pedir gracias para las Obras de la Cruz?
Que alegría estar en Belén; parece una cesta de flores.
Bese muchas veces la estrella de mármol que indica el lugar
del nacimiento de Jesús, tres horas estuve ahí como
un suspiro. Por la calle iba un hombre cargando a un recién
nacido que lloraba, así iría el Niño Jesús
haciendo pucheros en brazos de José.
Nazaret, sus casas blancas y rojas escalando el circulo de montañas
que forman una cañada en el centro de la población,
los trigales dorados que bajan hacia la planicie, los olivares y los
viñedos de los huertos caseros, las bugambilias moradas cubriendo
las paredes y los techos, los tulipanes, los lirios, las verbenas;
Dios te salve, María, llena eres de gracia.
Muy de mañana me fui a la gruta de la basílica de la
Anunciación. Bajo el altar una pequeña inscripción
en mármol lo dice todo: "aquí el Verbo se hizo
carne". No
puedo explicar lo que sentí. Cuantos recuerdos, Dios mío.
No temas, María, pues hallaste gracia a los ojos de Dios. Estuve
felíz, oí muchas misas, las horas que pude las pase
dichosa contemplando el misterio de la Encarnación. He aquí
que concebirás y darás a luz un hijo. Hice entrega total
de mí ser a la Santísima Trinidad, como una nueva consagración
de mi vida para su gloria y servicio. He aquí la esclava del
señor.
Con dolor de abandonar Tierra Santa, nos embarcamos en el lago de
Tiberiades. A poco se desato una tempestad tan fuerte que estuvimos
a punto de naufragar. Decíamos como los apóstoles: "Sálvanos,
señor, que perecemos.
No deje de ver la hermosura del lago hasta que lo perdí de
vista.