VEINTIDOS
NOVIOS Y UNA NOVIA
Uno, dos, tres, cuatro. Contaba yo los pretendientes que había
tenido. Fueron veintidós. Casi todos ricos, dueños de
prósperas haciendas, de bellas casonas de dos patios. Hubo
uno tan decidido que hablo formalmente con mis papás para comprometerme.
Ellos se limitaban a aconsejarme. Nunca coartaron mi libertad.
Yo no quise corresponder más que a Pancho, aunque mis amigas
me insistían en que no era rico ni de mi posición social.
Lo prefería a todos los demás por bueno y trabajador,
por correcto y respetuoso, jamás abuso de mi sencillez.
Le escribía con frecuencia en hermosos pliegos de lino tratando
de hacer mi mejor letra. Desde la primera carta, le hable de Dios,
de la Santísima Virgen, de sus deberes religiosos, de que frecuentara
los sacramentos. El me regalaba oraciones, poesías devotas,
un día me trajo el Kempis en un lindo estuche de carey y a
veces me enviaba una caja de marrón glacé, uno de mis
dulces favoritos.
No me inquietaba mi noviazgo para ser menos de Dios. Se me hacia tan
fácil juntar las dos cosas. El recuerdo de Pancho no me impedía
mis oraciones. Todos los días iba a comulgar y después
a verlo cuando pasaba a su trabajo.
Me adornaba y me componía solo para gustarle a el. Si asistía
a las fiestas, era con el único fin de verlo. Por eso ya no
me rehuía cuando mis papás me llevaban a tertulias donde nos
entreteníamos con juegos de salón, o a los bailes reglamentarios
de La Lonja, como el de Carnaval en que lucíamos unos lujosos
trajes estilo Luis XV, o el baile de los compadres en que las muchachas
tirábamos al azar uno de los listones que pendían del
candil donde venia el nombre del joven que seria el compadre de cada
una.
Pancho sabia que, por mi afición a la música, iba con
mayor gusto al Teatro Alarcón que construyo el famoso arquitecto
Eduardo Tresguerras con la original bóveda casi plana. Ahí
gozaba con las operas italianas, las compañías dramáticas,
los conciertos del compositor potosino Julián Carrillo. Cuando
Don Francisco de Paula se caso en San Agustín, María
Hernández canto una bellísima Ave María que compuso
expresamente para ella Julián Carrillo.
Extrañaba a Pancho cuando pasábamos temporadas largas
en las haciendas. Ahora releo lo que escribí a mis 17 años,
"Historieta de una muy pacifica familia", donde narro aquellos
días felices en que estuvimos en Peregrina de Abajo. Como Pancho
no podía compartir conmigo tantas dulces alegrías, sacaba
su retrato para que viera la casa con su huerta junto al río,
el molino de piedra para hacer mezcal, la capilla de vigas con dos
graciosas torrecillas. Su retrato me acompañaba cuando remábamos
en el estanque y volaban los patos asustados, cuando a caballo recorríamos
los alfalfares, los potreros lejanos, o nos íbamos a pie, bajo
unas gruesas nubes, cortando girasoles, maravillas, estrellitas, pie
de pájaro, jarritos, alfombrillas, hiedras azules, de un azul
añil.
Pero que bueno que Pancho no estuvo cuando aquel susto que me dio
un caballo en Jesús María. Fue en 1879. había
muchas visitas que deseaban salir al campo a caballo. No quedaba para
mi sino uno muy mañoso, era un frisón muy bonito, pero no sabia
llevar mujeres, no estaba impuesto a la albarda; a poco andar se clavó
a los reparos y allá voy de cabeza quedando con el pie izquierdo
atorado en el estribo sin poder sacarlo.
Estábamos en un potrero de surcos de maíz. El caballo
se desbocó, me arrastró buen trecho sin que nadie pudiera
detenerlo, porque corría más. Como yo había quedado
abajo de el, me caían las patadas sobre el cuerpo dejándome
estampadas las herraduras. No se cómo no me estrelló
la cara. Al saltar una cerca de magueyes y nopales, me aventó
al suelo, mientras seguía corriendo vuelto loco.
Toda golpeada, la ropa hecha pedazos, un brazo lastimado, me llevaron
en camilla a la hacienda. A los ocho días estaba mejor. Anda,
Concha, a montar a caballo, ordenó papá.
Con permiso de mis papás que desde un principio aprobaron el noviazgo,
Pancho venia a verme a casa, pero nunca en viernes, como un sacrificio
que ofrecíamos al Corazón de Jesús. Me contaba
que su papá, don Idelfonso Armida, había nacido en Jerez de
la Frontera, en España; su mamá Dona Petra García,
en Cadereyta, muy cerca de Monterrey, donde segun había nacido
en 1858. Tenía ocho hermanos. Cuando andaba en los nueve añios,
la familia se vino a radicar a San Luis, por eso se sentía
tan potosino como yo. Trabajaba de empleado en el comercio "El
Moro" de los señores Manrique de Lara que lo estimaban
mucho.
Otras veces me comentaba las noticias más interesantes, como
aquella de 1882. Concha, te traigo una nueva, en toda la ciudad no
se habla mas que de un aparato llamado teléfono con el cual,
según dicen, se puede hablar desde lejos con otras personas
sin necesidad de levantar la voz. ¿Hablar - desde lejos?
De lejos nos llegó la noticia aquel 15 de septiembre de 1883.
Un peón de la hacienda vino a decirnos de improviso que en
Jesús María acababa de matarse mi hermaño Manuel.
¿Como, Dios mió? Mamá se arrodillo a rezar.
- Sabrá usted, don Octaviano, que esta mañana
llego a la hacienda Don Francisco Cayo a visitar a Manuel. Manuel
se detuvo para que comieran juntos y, al acabar de comer, Don Francisco
se levanto, luego volvió a sentarse para tomar el café,
y en ese preciso momento, el gatillo de la pistola que llevaba al
cinto, se le atoró en la silla y disparo. La bala entro por
una mejilla de Manuel y le atravesó el cráneo.
Llegamos a Jesús María como a las diez de la noche.
Los peones con rostros sombríos, las mujeres envueltas en su
rebozo, rodeaban el cadáver de Manuel que todavía manaba
sangre de la cabeza. Don Francisco, desesperado en un rincón.
Primitivo mi hermaño, que había presenciado la tragedia,
caminaba nervioso en la azotea sin querer bajarse a pesar de los rayos
y truenos de una tempestad que se había desatado en esos momentos.
Mis papás lloraban como locos, pero conformes con la voluntad de Dios.
Como sufrí, Dios mió; quería tanto a Manuel.
Siempre he sufrido mucho por lo querendona. Tengo muy pegajoso el
corazón, ese ha sido uno de mis mayores martirios por más que
en la apariencia parezca fría e indiferente.
Aquel golpe tan cruel fue muy saludable para toda la familia. Allí
nació la vocación de mi hermaño Primitivo para
la Compañía de Jesús. Y en cuanto a mí,
tan disipada y divagada, la muerte de Manuel vino a cortar la corriente
del mundo, bailes y teatros en donde yo andaba. volví con el
luto, a darme más a Dios, a vivir más cerca de El, desprendida
de cuanto llevaba a las vanidades de la tierra. Sin embargo, no era
solo Dios quien llenaba mi corazón. Eran Pancho y Dios.