NUEVAS HIJAS PARA LA IGLESIA:
OBLATAS DE JESÚS SACERDOTE
Se nos habían adelantado las "señoritas" que
nos asistían en lo referente a alimentos y ropa. Heroicamente
fieles, nos seguían a todas partes con abnegación de
verdaderas madres. Estaban maduras para que la Iglesia las reconociera
como tales, con el nombre, que les estaba a la medida, de "Oblatas
de Jesús Sacerdote".
Nuestro Padre las había llamado para prepararlas a la fundación
canónica, que seria el 12 de diciembre: fiesta de Nuestra Madre
Santísima de Guadalupe.
Tuve la suerte, que era gracia, de asistir. Las futuras Religiosas
vivían entonces en el "chalet", aquel mismo de la
calle Hidalgo, donde Nuestro Padre vivió un tiempo, allá
por el 34, precisamente cuando yo llegué a la Apostólica.
Nuevo encuentro con Nuestro Padre. Lo vemos feliz, muy feliz. Platicamos
con el en improvisada y calida "chorchita" mientras llega
el Sr. Arzobispo, D. Luis W Martínez.
Por fin llega Monseñor y empieza la sencilla ceremonia. Se
dan los primeros hábitos, se reciben los primeros votos. Nunc
dimittis... "Ahora, Señor, según tu promesa, despides
a tu siervo en paz".
Si, la ultima obra de Nuestro Padre, es ya una realidad, y 61, corno
le dijera hacia poco Mons. Martínez, se revestía como
el árbol otoñal, con la inagotable opulencia de sus
frutos.
Trasunto admirable del Padre, divina "fonte que mana y corre"
a quien el Padre Félix amo tanto, tanto, que acabo transformándose
en El. Porque "el amor o encuentra o hace semejantes a los que
se aman", y este Amor transformativo es el Espíritu Santo,
Amor del Padre y del Hijo.
Que bien podía decir Nuestro Padre, con Jesús: "Hijos,
quien me ve a mi, esta viendo al Padre".
El espíritu divinamente clarividente de aquel que fue llamado
"el hijo de la Luz", Mons. Luis Mª Martínez,
acertó cuando dijo que la gracia central, que la fisonomía
espiritual del Padre Félix fue su transformación en
el Padre del Cielo.
"Sus ojos se hundieron en el arcano y vislumbraron la majestad
del Padre y la sombra del Padre se proyecto sobre el".
Nos despedimos de Nuestro Padre... hasta la eternidad.
Porque no lo volveríamos a ver vivo sobre la tierra. Pero a
los trece años ¿quien piensa en eso? No, Nuestro Padre
no puede morir, no, no!
1938.-Son los primeros días de Enero. Frío en México,
y mas frío en el pobre cuerpo del Padre Félix: la sangre
se le escapa y con ella, el calor y la vida. Esta en el Hospital Francés,
atendido con cariño.
Entretanto, en la Apostólica, comienzan las clases. Nuestro
Padre esta enfermo, pero ¡claro!, no puede pasarle nada.
El 10 de enero las noticias, desde la madrugada, son alarmantes: Nuestro
Padre está muy grave.
Ese día acompañé al P. Federico Garibay a celebrar
la Santa Misa en su capellanía. No, ni el ni yo nos hacemos
a la idea de que Nuestro Padre pueda faltar.
Se suspenden las clases. Hay dolorosa expectación. El P. Benedicto
ha ido al Hospital Francés. Nos aferramos a la esperanza.
Como a las diez y media de la mañana suena el teléfono:
¡Nuestro Padre... ha muerto!!!
Inmediatamente se suspende toda actividad, entramos en un ambiente
de oración. No es consternación. Empezamos a comprender
que Nuestro Padre se fue al cielo. No estamos huérfanos, porque
tenemos padre. Sólo se ha cambiado de domicilio, está
con Dios, en la gloria.
Nos encaminamos todos al Hospital Francés. Entramos en contacto
con la eternidad.