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A JESÚS ES UN DULCE RIESGO
Y comenzó, la vida en la Escuela Apostólica, ordenada,
austera y alegre a la vez.
El centro afectivo de aquellos niños, adolescentes y jóvenes,
en numero de unos sesenta, estaba en un Sagrario y en aquella grácil
Inmaculada que Nuestro Padre puso ahí para que cada apostólico,
al mirarla, escuchara en su corazón: "Aquí tienes
a tu MADRE".
Todas las mañanas, a las cinco en punto, sonaba una llamada.
Y en aquella hora verdaderamente intempestiva, ocurría algo
insólito y bello. Aquellos muchachos saltaban de su cama y
corrían a lavarse -¡o sin lavarse!- a aquel camarín
en lo alto, donde estaba la dulce, sonriente, pura Imagen de María.
El primer saludo, la primera mirada, la primera comunicación
personal, eran para Ella. Un beso a su pie victorioso y fino y ¡a
comenzar un nuevo día de amor y trabajo!
Ahora que, pasada ya "la mitad del camino de mi vida", vuelvo
la mirada a aquel entonces, siento, se, que no falto en el momento
crucial de mi vida, la presencia apacible de una madre. Tuve a la
mejor de todas: la MADRE DE DIOS, LA INMACULADA.
Así nos abríamos a la vida, cuando un día, bruscamente,
se rompió el ritmo de nuestras jornadas. Varios agentes del
gobierno federal, enemigo de las escuelas católicas, se presentaron
en la Apostólica.
Buscando un convento de religiosas para clausurarlo y confiscar el
edificio, llegaron al número 18 de la calle San Fernando en
Tlalpan, y se encontraron ¡con un Seminario! ...
Inmediatamente procedieron a inspeccionar todos los rincones, reunieron
cuanto quisieron en la espaciosa Capilla y sellaron sus puertas. No
nos faltó ingenio para rescatar algunas cosas de mas interés,
pero al fin fuimos "invitados" a desalojar el edificio,
que quedó en manos del Gobierno Federal.
Cristo en su Eucaristía y María su Madre, en su Imagen
preciosa, fueron los primeros en huir, como antaño en Belén.
Rápidamente los Padres se encargaron de sacarlos y ponerlos
en seguro. Como entonces el buen San José, así ahora
los Padres protegen a Dios, para que huya y se esconda. Y a su Madre
con El.
Nosotros también, una noche, por la puerta falsa, salimos a
lo desconocido...
El Padre Félix escribía a sus hijos de Roma: "Don.
Manuel' visitado varias veces. El y los suyos defendidos por la Sma.
Virgen".
Después de varias peripecias, quedamos repartidos en cinco
grupos: los mayores, 49 años, en el Noviciado; los de 39 en
una casita en las orillas de Tlalpan; los de 29 en la sonriente "Quinta
Rosa María" en Mixcoac, y los de 19 en otra casa menos
sonriente, también en Mixcoac.
A los siete mas retrasados en edad y sabiduría, nos enviaron
a Tlalpan, a una casita junto al Noviciado de las Hijas del Espíritu
Santo. Nuestro Padre llamaba "Nazaret" a ese Noviciado.
Allá llegamos, también de noche por supuesto, "los
mas pequeños de sus hijos". Al frente del grupo iba el
P. Tarsicio Romo y nos acompañaban dos o tres de aquellas fieles
y abnegadas señoritas que antes de morir el Padre Félix,
habría de ver convertidas en las Religiosas Oblatas de Jesús
Sacerdote, hijas suyas y ultimo brote de su esplendida fecundidad.
En aquel apacible, inolvidable rincón, nos constituimos en
una verdadera familia. Era lo que el Padre Félix deseaba y
recomendaba constantemente a sus hijos: el "espíritu de
familia".
Por otra parte, el P. Tarsicio llamó a la casita "Oasis
de Jesús Adolescente", nombre íntimo, también
de familia: de la Familia de la Cruz.
Ante aquella tormenta, que le iba arrancando una a una sus casas del
Distrito Federal, el Padre Félix reaccionó como lo que
era: un hombre de fe, "peor que la de Abraham", decía
Conchita Armida.
En donde otros verían disgregación, él veía
aumento: "Hemos tenido que aumentar los grupos. Tenemos ya 6.
Los profesores de grupos están con ellos... Hasta que Dios
sea servido". Y días después: "Otros atropellos
han seguido después de los primeros. Tenemos una casa más”...
Aquellos despojos no consiguieron sino agigantar el corazón
de Nuestro Padre. Anciano, enfermo, perseguido, despojado, hacia el
milagro de encontrar tiempo y fuerzas para recorrer todas las casas
y rincones donde sus hijos pequeños se hablan refugiado. He
aquí las impresiones que guardaba Nuestro Padre de aquellas
visitas: "En medio de todo se ve en cada uno, de arriba a abajo,
alegría y plena confianza en María".'
"Se ven a todos los dispersos tranquilos y contentos, entregados
a sus tareas ordinarias. La piedad en todos, ha crecido notablemente
y también el espíritu de sacrificio".
De manera que para el Padre Félix, todo era ganancia, aumento,
crecimiento. Donde otros verían ruina, 61 vela progreso. Así
ven los ojos de la fe.