Como súbdito
mío fue muy edificante. Podía haberme aconsejado,
como suelen hacerlo Hermanos de cierta edad; pero jamás recuerdo
que lo hiciera y acepto en cambio todas mis indicaciones y recibió
muy bien mis ordenes.
Al igual que en
Celaya, el ejemplo del Hno. Alfonso Pérez, (sus virtudes, su
testimonio de vida) suscitó allí en Irapuato vocaciones.
Uno de los Misioneros del Espíritu Santo que salieron de Irapuato
en esa época escribe:
Recuerdo su caridad que a mi parecer la practico siempre en un grado
heroico. Nunca fui testigo de que el asintiera, aun más, que
permitiera una critica de cualquier persona, tanto de nuestra Congregación
como fuera de ella.
No estoy seguro de si algunas veces lo vi un poco impaciente o alterado.
De esto no estoy completamente seguro. Lo que si me consta es que
era de un carácter bastante fuerte, pero dulcificado por su
singular caridad.
Este es el recuerdo que guardo del Hermano Alfonso Pérez, desde
que el y el Rvmo. P Manuel Hernández, M.Sp.S. me admitieron
como acolito en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe,
en Irapuato, hasta que lo vi por ultima vez en nuestra Casa del Pedregal,
siempre fiel a la perfecta observancia religiosa.
Así
se deslizo la vida del Hno. Alfonso en Irapuato durante un año
y 4 meses. Los Superiores volvieron a solicitar su servicio abnegado
y silencioso pares la Casas de Estudios, a la cual llego, el 18 de
diciembre de 1943.
LA CASA DE ESTUDIOS DE COYOACAN
Como dijimos en el capitulo anterior, el Hno. Alfonso fue designado
como parte del personal de la nueva fundación de Puebla a mediados
de 1939, con el fin primordial de que atendiera a los Misioneros del
Espíritu Santo estudiantes de Filosofía y Teología,
que iban a vivir cerca del Templo de la Concepción en dicha
ciudad. Poco duro el «Escolasticado» de esta residencia
angelopolitana, pues al poco tiempo los Superiores enviaron a Roma
a varios de los estudiantes, y así se disolvió esa incipiente
Casa de Estudios. El Hno. Alfonso Pérez continuo prestando
sus servicios en la casa de ministerio del Templo de la Concepción
en Puebla, y paso después al Santuario del Centro de Irapuato.
Se volvió a establecer la Casa de Estudios a finales de 1943,
en Juárez #15, Tlalpan, D.F, poco antes del 4o. Capitulo General
de julio de 1944. Alfonso fue destinado a ese Escolasticado en los
últimos días de 1943 y fue testigo de todas las vicisitudes
por las que atravesaron los estudiantes, ya que la casa era una residencia
mas bien pequeña: hubo que construir, pero de todas maneras
el local no era suficiente, y el 23 de mayo de 1945 el Padre Tarsicio
Romo, Superior entonces de dicha casa, consiguió un buen edificio
grande, amplio, de 3 pisos, en la calle de Fernández Leal 31
en Coyoacán, a donde se traslado el Escolasticado, abandonando
Tlalpan.
El Hno. Alfonso Pérez, que era el cocinero, se encargo del
traslado de las cosas de la cocina y despensa, sin que por ello dejara
de preparar las comidas para ese día del cambio. Al día
siguiente, ya tenía organizado el servicio de cocina en la
nueva residencia, lo cual ayudo muchísimo a que todo marchara
bien.
En Fernández Leal estuvo el Escolasticado cuatro hermosos e
inolvidables años hasta que en mayo de 1949 se consiguió
para los estudiantes la propiedad de Elenita Pina: ((El Altillov,
también en Coyoacán, a donde se traslado el Escolasticado,
y allí siguió Alfonso prestando su abnegado servicio
hasta abril de 1954 en que, debido a su mala salud y al cansancio
natural de sostener la cocina de una numerosa comunidad -hasta 100
estudiantes- por espacio de 10 años, los Superiores lo cambiaron
a la Casa de Morelia "para que descansara".
Ya tenía práctica el Hno. Alfonso y conocía bien
los gustos, las virtudes y las mañas de los estudiantes, pues
en Roma había desempeñado ese cargo pensando que su
papel era imitar a San José y a la Virgen María en la
casita de Nazaret, donde Jesús "a los 20 años",
como le decía Nuestro Padre, estaba preparándose para
su misión.
No vivía ya el P Félix, pero el P Tomás Fallon,
residente en San Felipe de Jesús, lo sostenía con sus
sabios y prudentes consejos de dirección espiritual.
El P Alfonso Alcalá, quien lo trato en la Casa de Fernández
Leal, dice que:
Era él el cocinero paciente, sobre todo si se tiene en cuenta
que aquella cocina estaba al alcance de todos los estudiantes (y esto
es mucho decir). No recuerdo haberlo visto irritado o impaciente.
Tengo la vaga impresión de que tan solo lo vi una vez enojado,
y esto cuando alguien se permitió molestar muy injustamente
y con demasía al pobre perro Marte.
El «Marte» era un perro de gran tamaño que espantaba
a quien lo vela, pero manso y paciente. Uno de los estudiantes lo
había ensenado a saltar la reata en brincos de altura, que
cada vez iba subiendo mas y mas, y si no la saltaba el perro, sufría
castigos injustos. La reata fue sustituida después por el dedo
de este hermano en posición horizontal, y el perro saltaba
como si existiera la reata. Esto no le gustaba al Hno. Alfonso, pues
el animal era objeto de risa para todos.
En Fernández Leal había muchos animales de toda especie:
domésticos como el Marte, el Jolino, perro muy querido por
el P Roberto de la Rosa, gatos, un gallinero en el que los gallos
despertaban temprano a los estudiantes con sus cantos, y las gallinas
todo el día hacían un coro inconfundible... y había
también sabandijas de muchas clases: cucarachas, mosquitos,
arañas, alacranes, ratones. El Hno. Alfonso sufría mucho
cuando los estudiantes maltrataban por cualquier causa a estos animales,
y decía al culpable: "No mate al mosquito; no le pegue
al perro, etc. Nosotros tenemos otra vida, pero ¿no ve que
ellos no? No se las quite. Déjelos gozar."
Yo recuerdo que el P Joaquín Madrigal, Superior del Escolasticado,
designaba a algunos estudiantes para que fuéramos a trabajar
en la cocina y así ayudar un poco al Hno. Alfonso, especialmente
cuando había muchos estudiantes y el tiempo era limitado. A
mi me mandaron en una ocasión. Le expresó al Hermano
mi absoluta ignorancia en materia culinaria; después de fregar
los platos, que es lo que yo sabía hacer, me pidió que
le ayudara a hacer unos macarrones: con toda paciencia me explicó
como tenía que hacerlo, pero yo pensé que era mas fácil
poner los macarrones en agua fría y que así se calentaran
y se cocieran. A la hora de servir la mesa me preguntó si ya
estaban los macarrones y le dije que si: cuando él destapó
la olla encontró un engrudo que ciertamente no era comestible.
Movió la cabeza, pero no me dijo ni una palabra. Ya no recuerdo
cómo salió del apuro presentando otra cosa. Lo que si
se es que al día siguiente no me enviaron a la cocina; ciertamente
no fue una reprimenda, pues yo mismo le había contado el caso
al P. Madrigal.
Le gustaban las cosas calientes, más aún, la leche la
tomaba hirviendo y, para que su desayuno «le supiera»
como decía él, recuerdo que se sentaba junto al fuego,
donde colocaba la taza de peltre para que a la hora de dar un trago
estuviera de veras hirviendo.
Todas las semanas iba al mercado a traer la despensa, como antes en
Tlalpan, en Roma, y en todos los lugares donde había ejercido
este cargo. El Hno. Magdaleno Rangel, que estuvo con él una
temporada, del 23 de mayo al 16 de octubre de 1946, recuerda que:
en estos oficios se distinguía él por su caridad y abnegación,
propia de los hombres virtuosos.
Procuraba
el bien para todos, además ponía mucha atención
en aquellos Hermanos que necesitaban cosas especiales. Sobrellevaba
a aquellos que en ocasiones son un poco difíciles.
Por su manera de ser era bien querido de todos, nunca hablaba mal
de nadie, a todos procuraba el bien. En no pocas ocasiones le hacíamos
algunas bromas, nunca se malhumoraba. Le decíamos que le quitaríamos
algún mechoncito de su cabello para guardarlo como reliquia,
y decía con mucha gracia: `cuando me lo estén quitando
les muerdo para que en vez del mechón se lleven una mordida'.
Cuando el P Alfredo Galindo fue Superior del Escolasticado, con el
fin de oír las graciosas disculpas
que el Hno. Alfonso hacia de los demás, sacaba a relucir los
defectos físicos, y aun morales, de los estudiantes o de otras
personas, exagerándolos, y se reía mucho de las disculpas
que escuchaba: "No, si no esta viejo, lo que pasa es que ha tenido
que trabajar mucho y por eso se ve un poco fatigadito"... "No,
si no es fea esa señora, fíjese bien y verá que
es muy agraciadita "—Dirá agrasadita, Hermano",
—" No",
Padre, eso no lo dije; sufre con el frío y por eso se pone
mucha ropa"... Y así por el estilo.
Allá
por el año de 1949, -dice el Hno. Salvador Sandoval Sánchez-
me platicó un estudiante que el Hno. Alfonso diariamente se
levantaba a las 5:00 para hacer su meditación, y allí
se iba acompañado de su gatito, que se recostaba en su sotana.
Supieron los estudiantes que todos los viernes se daba disciplina
de sangre pidiendo la perseverancia en favor de ellos. Yo nunca le
oí criticar a los Padres, Hermanos o gente de fuera; siempre
los disculpaba.
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