SUS
TRES ULTIMAS RESIDENCIAS
El Hno. Alfonso ya conocía Morelia, a los Padres del Clero
Diocesano, a los grupos y asociaciones, etc.; pero habla pasado 30
años fuera, por lo que en realidad tuvo que amoldarse a las
nuevas circunstancias.
Encontró allí a un compañero, antes conocido
en el Escolasticado: el Hno. Magdaleno Rangel, quien considero como
una gracia el volver a convivir con el Hno. Ponchito, el cual "pasaba
largos ratos frente al Sagrario o ante el Santísimo expuesto
solemnemente, pero no descuidaba las obligaciones domesticas".
Seguía atendiendo la sacristía, como lo hacía
antes: a los perritos que se metían al templo los cogía
en tal forma que sin hacerles daño alguno, los sacaba a la
calle.
Para si
nunca pedía nada, mas bien era necesario estar al pendiente
de lo que pudiera hacerle falta para su use personal; esto yo lo observe
(dice el Hno. Magdaleno) en el tiempo que me toco en suerte estar
acompañado de el en Morelia: de abril de 1954 a noviembre de
1955; cuando lo cambiaron a Durango lo extrañe mucho, ya que
era una verdadera delicia vivir con el.
En
1955 se recrudeció su mal de la espina dorsal y empezó
a notarse la desviación de la misma, por lo cual poco a poco
se fue encorvando mas y mas... y desde 1955 comenzó a usar
su bastón.
Con el fin de ayudarle en su enfermedad, para que no trabajara tanto,
los Superiores pensaron en cambiarlo de casa: "El hermano Alfonso
(escribe el P José Quezada desde Morelia al P General), salio
para Durango, pero me temo que el ya no pueda mas, pues esta bastante
mal."
El P Guillermo Grave, Superior de la Casa de Durango, a su vez le
escribió al R General manifestándole el gusto que había
recibido la Comunidad con la llegada del Hno. Alfonso, pues era considerado
por todos como un verdadero santo: "Llego el domingo en la mañana
y estamos todos muy contentos."
Alfonso comenzó a ayudar en todo lo que podía en esa
nueva residencia, Templo Expiatorio, donde había que cuidar
el esplendor del culto del Santísimo con las 12 velas de la
exposición día y noche y los floreros que había
que cambiar también con frecuencia, y sin embargo, nunca se
quejaba.
Al año siguiente, en 1956, se realizo una Visita Canónica
y en el informe que el visitante rindió al
Superior General dijo: "El Hno. Alfonso, no obstante su enfermedad,
atiende la sacristía, aun haciendo cosas sobre sus fuerzas,
como llevar jarrones u objetos pesados. Están atendiendo su
enfermedad: "
En septiembre del año siguiente 1957, convocaron a Ejercicios
Espirituales a varios religiosos de las diferentes Comunidades de
la Republica Mexicana, por lo cual el Hno. Luis Ramos, encargado principal
de la sacristía del Templo de Durango, se fue a México
para practicarlos. Viendo el P Superior de Durango el estado de salud
del Hno. Alfonso, le escribió al Superior General: "Pido
(a V.R. que el Hno. Luis Ramos) vuelva luego que termine sus Ejercicios,
pues el Hno. Alfonso queda en situación difícil para
el domingo, especialmente porque los domingos los dos Hermanos se
ayudan mucho para recoger las limosnas de las Misas."
Recuerda el P Guillermo Grave, Superior entonces de la Casa de Durango,
que una vez los feligreses fueron con gran preocupación a buscarlo
a el a la sacristía para avisarle que el Hno. Alfonso, al ir
recogiendo la limosna, se había caído en la iglesia:
"Padre, ese Hermano que tiene cara de santo se cayo." En
efecto, haciendo verdaderos esfuerzos recogía la limosna con
grande abnegación en todas las Misas, y tal vez se tropezó,
o la llaga de la pierna le dolió demasiado, el caso es que
cayo por tierra y las monedas que estaban en la charola rodaron por
el pavimento. Los feligreses devotos se apresuraron a levantarlo y
a recoger religiosamente el dinero desparramado y restituirlo a la
charola.